Para finalizar una semana de arte despiadado, acudí a un concierto de neønymus.
En realidad, poco puedo decir de neønymus. Una amiga mía residente en Dinamarca me lo descubrió a medianoche hace aproximadamente dos meses (maldita-sea-ella-bendita), y yo enloquecí y lo seguí en todas sus redes. Cinco días antes del concierto, supe casi por casualidad que vendría a Madrid. Lo que él −chamán contemporáneo conformado en grises− hacía me resonaba en lo más hondo de los huesos, eco familiar a las voces que me habitan cuando por delante sólo tengo un silencio espeso que respira.
Por ello, en lugar de enredarme con palabras, prefiero dejar que os hablen todas sus voces.
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