lunes, 7 de septiembre de 2015

Sarah Kane y las encías de Antonin Artaud



Amamos a Sarah Kane.
La amamos, la admiramos, la tememos, la extrañamos, la lloramos, la reverenciamos. Desechada y desgarrada, bestia cruda y visionaria, dejó en la historial teatral una huella-que-es-herida-que-es-zarpazo-que-es-metralla, un grito eternamente incandescente en pleno corazón de arte.
Alana Portero alza su pluma para El Estado Mental y traza con lengua poética impecable la sombra límpida y sangrante de Sarah Kane en el espejo; la conjura, la recuerda, la venera, le hace justicia.
No os perdáis su artículo-ofrenda: es verdadera liturgia.
El teatro de Sarah Kane es el templo definitivo de la confrontación con todo lo que nos hace animales sensibles y temerosos. (...) Hay algo de autoaborrecimiento en Sarah Kane cercano al amor incondicional (...), como si en cada línea escrita emitiese una llamada de socorro denunciando su propia ausencia, nostálgica de sí misma, acaso vacía. (...) Kane es silencio abisal.
 (Texto completo en El Estado Mental.)



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