martes, 16 de enero de 2018

Daffodil Lament



Se ha ido Dolores O'Riordan.
Me muero de pena.

Quienes me conocen saben que Cranberries ocupan un lugar muy especial en mi corazón desde pequeña. Cuando tuve guitarra, una de las primeras canciones que aprendí a tocar de oído fue Zombie. Tal vez fue mi primera canción de poder, la que cantaba con rabia y furia, con fiereza. Yo, que de adolescente parecía una doncella medieval dulce y tímida y silenciosa, adoraba cantar canciones de Cranberries, y encontraba un orgullo secreto y salvaje en que mi voz se pareciese bastante más a la de Dolores que a las de cantantes más pulcras, delicadas y agradables. Cuando me oían cantar Cranberries, la gente se sorprendía y extrañaba, y yo podía sentir cómo esa grieta en la idea que tenían de mí les incomodaba e inquietaba. En un entorno de violencia y obligada sumisión, tener ese conocimiento y esa habilidad dentro me daba fuerza, y poder.

Y siguió siendo así después. Cuando la gente insistía en inscribirme en lugares personales o artísticos que les resultasen agradables, inofensivos y dóciles, allí estaba la llama y la impronta de Cranberries y Dolores, con su voz y su música y su actitud y su estética, para recordarme y recordarles que y una mierda, que yo no era las cosas que querían que fuera, sino lo que yo sabía que era o quería llegar a ser; esto es: algo inquietante y desconcertante y poderoso y furioso y peligroso y hermoso.

Así que sí, me muero de pena. Dolores O'Riordan era demasiado importante, demasiado joven, y era demasiado pronto. Te vamos a llorar y a extrañar con todo nuestro corazón, para siempre en nuestro panteón de las Diosas y las Fieras.


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